martes, 1 de noviembre de 2011

El carisma de santa Beatriz vivido por Ángeles Sorazu - Congreso OIC - Fátima 2011

1. Una Regla para la “vida”
Celebramos este año el V centenario de la aprobación de la Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción. Es un acontecimiento de gracia no sólo para las concepcionistas franciscanas sino para toda la Iglesia.
Una Regla monástica no es simplemente un conjunto de normas que han de observarse escrupulosamente para la buena marcha de un grupo religioso, como aparentemente alguien pudiera pensar. En ese caso, el centenario que celebramos tendría muy poco valor.
La Regla de una Orden contiene una forma de vida y surge siempre bajo la inspiración de un carisma. Redactada en fidelidad a dicha inspiración, viene a constituirse en “alma” que alienta la vida y el desarrollo de dicha Orden.
La Regla da estabilidad y consistencia al carisma, por ello toda Orden monástica necesita de una Regla, mientras que, a su vez, toda Regla necesita de los miembros vivos de la Orden, en quienes poder “encarnar” el carisma fundacional, para que ésta adquiera su pleno sentido y dinamismo. Se produce, así, una intercomunicación vital por la cual el carisma, plasmado y conservado cuidadosamente en la Regla, se pone de manifiesto en el ser y el hacer de las personas que han abrazado este género de vida como camino de seguimiento de Cristo.
Hallamos entonces que no hay oposición sino complementariedad entre “Espíritu” y “Regla”, ya que ésta contiene en sí y transmite, la fuerza dinamizadora del Espíritu Santo, al mismo tiempo que el don del Espíritu Santo se expresa en la Regla.
De este modo, “Regla monástica” y “Familia religiosa” confluyen al servicio de una única finalidad: la glorificación de Dios a través de la realización de un plan de salvación, proyectado amorosamente desde la eternidad y manifestado en el tiempo al fundador.

2. Santa Beatriz y la Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción
El Espíritu Santo inspiró el carisma concepcionista a santa Beatriz. Ella es depositaria y transmisora del mismo a sus primeras compañeras, las cuales, a su vez, se ocupan de que la semilla recibida y comunicada por santa Beatriz, quede expresada en totalidad y veracidad en la Regla de la Orden.
Permítaseme subrayar los términos “totalidad” y “veracidad”, ya que con ello afirmamos la integridad de la Regla, es decir, que ésta contiene, en germen, “todo” lo que Beatriz recibió y legó a la Orden, y lo contiene en absoluta “fidelidad” a la Santa Fundadora, garantizando así la autenticidad del don recibido del Espíritu Santo.
Podemos concluir, por tanto, que la Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción contiene los núcleos del carisma concepcionista, que, en su realidad pneumatológica, está llamado a desarrollarse y expresarse en las concepcionistas de todos los tiempos y lugares.
En ellas, se hace visible el único y específico carisma de la Orden, si bien, en cada hermana se presenta con un rostro propio y peculiar. Siguiendo el principio de que la gracia no destruye la naturaleza, hallamos que el carisma es dado a cada hermana, la cual lo integra en su ser, de modo único e irrepetible, desde la historia de amor de Dios hacia ella, sin que esto signifique deterioro alguno del carisma.

3. El carisma de Santa Beatriz y sus hijas
La cadena ininterrumpida de hermanas que a lo largo de estos quinientos años han mantenido viva la lámpara que el Espíritu encendió en santa Beatriz es larga por el número de eslabones y fuerte por los frutos de santidad que la adornan.
Merecen especial mención, en Toledo, las Madres Catalina Calderón y Juana de San Miguel, sucesoras directas de santa Beatriz; M. María de Jesús de Ágreda (Soria) -por su fama de santidad y por sus escritos, de entre los que destaca la famosa y divulgadísima “Mística Ciudad de Dios”-; M. Teresa Romero –en Hinojosa del Duque (Córdoba), por su impulso en la causa de beatificación de la hoy santa Beatriz-; todas ellas monjas españolas.
Muy pronto la Orden superó los límites de las fronteras de España para saltar al Nuevo Mundo, en 1540; destacan las Madres:  María de Jesús -conocida por “El lirio de Puebla”, en México-; Mariana de Jesús –en Quito, Ecuador-; Juana Angélica –en Brasil-; y cómo no citar a la concepcionista portuguesa, Sor Custodia –perteneciente al ya desaparecido monasterio de Braga-, en su ardiente amor a la Eucaristía; además de otras figuras que omitimos por razón de brevedad[1].
Quisiera centrar la atención en una mística concepcionista de principios del S. XX, actualmente en proceso de beatificación, M. Ángeles Sorazu Aizpurua (Zumaya –Guipúzcoa- 1873 – Valladolid 1921) y resaltar su estrecha comunión con santa Beatriz. La Regla de la Orden que ambas vivieron, viene a ser, sin lugar a duda, el punto de encuentro y unión entre madre e hija, venciendo las diferencias que marcan cuatro siglos de distancia, con su respectivo entorno geográfico, histórico, cultural y eclesial.
Santa Beatriz vivió una Regla, que no llegó a conocer en su redacción definitiva, pero que fue dictando día a día con su vida a las compañeras de fundación. Ángeles Sorazu leyó y meditó diariamente esta misma Regla que abrazó como camino de identificación con los que ella llamaba “nuestros divinos modelos: Jesús y María”[2]. No sabemos el conocimiento que M. Ángeles tuviera de su fundadora, apenas la menciona en sus escritos, pero sí nos consta que entendió e integró en su vida el carisma que santa Beatriz dejó a la Orden. Ambas recibieron, vivieron y amaron el carisma identificándose con él, avanzando con ligereza por este “divino camino” (R. 2).

4. Ángeles Sorazu y el carisma concepcionista.
Exponer detalladamente los aspectos en los que se manifiesta la vivencia de M. Ángeles respecto al carisma de Santa Beatriz, sobrepasa los límites de esta sencilla comunicación. Nos detendremos únicamente en los tres ejes centrales que constituyen el seguimiento de Cristo en la Orden de la Inmaculada Concepción y que están bellamente recogidos en la Regla.
Según ésta, la vida monástica es el marco en el que se desarrolla la vida de la hermana concepcionista. Dos elementos la caracterizan: la contemplación, vivida en clausura; y la vida fraterna, en expresión franciscana. En la obra titulada “El resplandor de un carisma” se dedica el c. XII a este doble aspecto: Soledad monástica y vida fraterna, y se explica ampliamente cómo vivió M. Ángeles estas dos dimensiones: amante de la soledad y el silencio, que cultivó con esmero, era también extremadamente delicada en la caridad fraterna, cuya comunión alimentaba en la contemplación del misterio trinitario[3].
En la Orden de la Inmaculada Concepción, este ámbito claustral se adorna del ambiente amoroso y festivo del desposoriovistiendo el hábito de esta Regla, desposarse con Jesucristo nuestro Redentor (R 1)- y se viste de color azul, porque este desposorio se vive honrando la Inmaculada Concepción de su Madre (ib. 1).
Vida monástica, desposorio con Cristo Redentor y veneración del misterio de la Concepción Inmaculada de María son los tres fundamentos de la vida concepcionista que la Regla desarrolla a lo largo de sus doce capítulos.
M. Ángeles comprendió y amó estos pilares sobre los que fundamentó su vida espiritual, los abrazó con generosidad y se entregó sin reserva a la vivencia de su vocación contemplativa-inmaculista. En el transcurso de su vida constatamos su crecimiento espiritual hasta que, llegada a la madurez, la podemos contemplar hecha un solo espíritu con Cristo su Esposo, mediante el amor, meta a la que está llamada toda concepcionista, siguiendo la exhortación de R. 30.
Estos aspectos son de gran importancia y belleza pero no pudiendo desarrollarlos todos, quisiera recordar al menos algunos rasgos de la vida mariana de M. Ángeles Sorazu, ya que la Orden fue inspirada a santa Beatriz con el fin de honrar a la Inmaculada Concepción.
La vida mariana se desarrolló en M. Ángeles con un vigor asombroso. María la acompañó en su vida religiosa desde los primeros pasos hasta la cumbre de la vida mística. Es singularmente bello, por ejemplo, hallar la mediación materna de María en el momento de recibir la gracia del matrimonio espiritual -de cuyo acontecimiento se acaban de cumplir cien años-[4].
M. Ángeles define la devoción mariana como un “inspirarse para todo en la Virgen y hacerlo todo en unión suya[5]. La devoción a María se expresa en la consagración a ella y se traduce en la imitación, llevando a la propia vida este amor a la Inmaculada. Siguiendo atentamente las oraciones de consagración mariana de M. Ángeles, se observa que se trata de una entrega mutua, en la que ella pone en manos de la Señora todo su ser para así hacer todo a través de la Madre del Cielo y le ruega que también María se le entregue hasta el punto de llegar a poder exclamar: “Ya no vivo yo, es María quien vive en mí”[6], adaptando la frase paulina de Gal 2, 20.  
M. Ángeles sabe que puede hablar en estos términos porque contempla a María hecha “Templo de Jesús”, o lo que es igual, “digna morada”, como rezamos en la oración litúrgica de la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Habitada por Cristo, puede atraer a las almas hacia sí, porque al introducirlas en su seno las lleva a Cristo Redentor, abriéndolas a la salvación que el Hijo nos ofrece, como bellamente describe M. Sorazu en su visión descrita en una carta dirigida al jesuita Nazario Pérez[7].
M. Ángeles contempla a María desde cuatro aspectos estrechamente relacionados entre sí:
-        María es “Inmaculada”: recibió de Dios Uno y Trino, el ser inmaculado, inocente, puro y santo. Nada más crearla, -desde la pura nada- la atrajo y aproximó a Sí[8];  
-        Es también “Templo de Cristo”, como acabamos de indicar;
-        Es “Esposa”, “volcanizada” por el fuego del Espíritu Santo, en la que M. Ángeles ve cumplido el Ct[9];
-        Y, finalmente, María es la pobre de Yavé, en quien se cumplen las bienaventuranzas[10], cuya humildad y pobreza están llamadas a imitar las hermanas concepcionistas (R. 7; 8; 18; 44). Por todo ello, merece el título y la misión de medianera universal de todas las gracias[11].
Al contemplar a María Inmaculada, creada por las tres Personas divinas, totalmente diferente a Ellas, ya que no tiene su misma naturaleza divina, pero partícipe de su santidad y pureza inmaculada, se despierta en M. Ángeles la llamada interior a participar en la pureza de la Toda Santa; nuestra concepcionista se ve envuelta en el amor de Dios y como respuesta a este amor se entrega en calidad de víctima[12]. Desde la vivencia del misterio de la Inmaculada, M. Ángeles hace vida el ideal que la Regla presenta a las hermanas: se entrega a Cristo Redentor y a su Madre como hostia viva en alma y cuerpo (R 2).
Finalizo mi exposición orando e invitando a todos a orar con M. Ángeles:
Madre de Dios y Señora mía, con todo mi corazón, me consagro enteramente a ti, entregándome una vez más en tus manos con todo cuanto soy y tengo, quiero vivir y morir en tu seno, ocupada toda en amarte y servirte, y contigo y en tí, amar y servir a tu Hijo Jesucristo, y en él y con Él al Padre y al Espíritu Santo. Así sea[13].
Muchas gracias. Obrigado.

[1] Sobre de las figuras destacadas cf. E. Gutiérrez, Brillarán como estrellas,  
[2] A. Sorazu, Autobiografía Espiritual, Madrid 1990, p. 119. En adelante citaremos únicamente como Autobiografía.
[3] Cf. M. N. Camps Vilaplana, El resplandor de un carisma, Toledo 2011, pp. 145-154.
[4] Cf. A. Sorazu, M. de Vega, Correspondencia entre santos, Madrid 1995, p. 605.
[5] A. Sorazu, La vida espiritual, Madrid 1956, p. 72.
[6] A. Sorazu, M. de Vega, Correspondencia entre santos 741.
 [7] Cf. A. Sorazu, Opúsculos Marianos, Madrid 1928, p. 21-22.
[8] cf. A. Sorazu, M. de Vega, Correspondencia entre santos 234-235.
[9] Cf. A. Sorazu, Opúsculos Marianos 68; 70-71; R. Olmos Miró, La Virgen María en la vida y los escritos de la Madre María de los Ángeles Sorazu, Sentemenat 2009, 187 ss.
[10] A. Sorazu, Opúsculos Marianos 69; R. Olmos Miró, La Virgen María en la vida y los escritos de la Madre María de los Ángeles Sorazu, 162; M. N. Camps Vilaplana, El resplandor de un carisma 58-62.
[11] Cf. A. Sorazu, Autobiografía 678; Opúsculos Marianos 15-20.
[12] A. Sorazu, M. de Vega, Correspondencia entre santos 235.
[13] Cf. A. Sorazu, Autobiografía 366.

domingo, 31 de julio de 2011

¿BODAS DE ORO? MÁS AÚN...

Celebrar un aniversario nos ayuda a crecer. Echamos la vista atrás para agradecer acontecimientos importantes, que normalmente hemos vivido en relación con otras personas, y que, en muchas ocasiones, han sido determinantes en nuestra vida. Repasamos la trayectoria recorrida, las dificultades superadas, los gozos recibidos… y terminamos dando gracias a Dios por todo: en las noches Él estuvo cerca para tender la mano y guiar, en los días de sol cada rayo de su luz era una pequeña teofanía de su gloria… y así la vida se va tejiendo, entre luces y sombras… bajo la nube durante el día y tras la columna de fuego en la noche… Celebrar 25 años es ya un paso, celebrar cincuenta es expresión de madurez, setenta y cinco años en la limitada vida humana es ya una heroicidad.
Este año la Orden ha celebrado, nada menos que quinientos años… ¡un derroche de misericordia divina, gracia tras gracia derramada sobreabundantemente…! Y M. Sorazu está también de centenario: cumple cien años de su matrimonio espiritual, una de las mayores gracias que recibiera en su vida.
Y… ¿qué fue para M. Sorazu el matrimonio espiritual? Ella misma nos lo cuenta detalladamente: Dios Uno y Trino se deja caer sobre ella y la penetra de tal manera con la fuerza de su amor que se ve metida en un mundo de fuego, donde no ve ni siente otra cosa que el amor, el amor infinito de su Dios, Uno y Trino. Entiende que se ha cumplido en ella el misterio de la divina unión, encerrado en las palabras siguientes del Evangelio: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él.
El resultado es palpable: la esposa entra en una fiesta perpetua de la Stma. Trinidad, participa de su bienaventuranza, absorbe toda su atención; su vida se simplifica en la contemplación de un solo Dios eterno en Trinidad de Personas, en cuya Una Trinidad contempla la encarnación. La esposa ya no tiene que caminar como hasta aquí porque ya no hay camino para ella, se dilata la capacidad de su alma (La vida espiritual 147-157).
No podemos extendernos más en la descripción de tan gran acontecimiento ya que únicamente nos hemos propuesto hacer una breve mención. Se hizo ya un estudio más desarrollado en el c. IV de Vivirás una vida de amor. Que el recuerdo de este hecho sea estímulo para todas las hermanas y para todo seguidor de Jesús, a avanzar más y más en la configuración con Cristo, que nos abrió el camino hacia el Padre y, con Él, nos envía su Santo Espíritu.

sábado, 25 de junio de 2011

¡Vivir de la Eucaristía!



«Dios me colmó de caricias
y me trasplantó a otro campo
más fértil todavía,
asociándome a su Vida Eucarística.
Así fui elevada a más alto grado de unión divina»

«Cuando comulgaba
procuraba reproducir en mi alma  
los sentimientos que abrigara la Virgen Maríaen el momento de la Encarnación»

«Me ofrecía muchas veces al Padre
en unión de Jesús Sacramentado»





miércoles, 15 de junio de 2011

Ángeles Sorazu comparte contigo algunos de sus pensamientos...

La presencia divina me producía maravillosos efectos siempre».
«Vivía del amor e imitación de la Stma. Virgen y en Ella y con Ella amaba a mi Dios».
«Permanecía con el pensamiento y amor fijos en Jesús todo el día y parte de la noche».
«Tantas caricias me prodigaba, que no sabía qué hacer para corresponder a su ternura y amor».
«¡Qué maravilloso es Dios en sus relaciones amorosas con las almas que favorece con su predilección!»
«¡Qué lejos vivimos de la realidad divina!»
«Comprendí el infinito amor de Dios Padre al género humano que le moviera a entregarnos a su Hijo».
«Tomé la costumbre de ofrecer a Dios mi alma para que descansase derramándose en ella».

jueves, 9 de junio de 2011

El resplandor de un carisma

Descubrir y saborear la actualidad del mensaje de la Regla de la OIC y de la vivencia que M. Ángeles quiere compartir con nosotros, es la aventura personal que se abre ante nuestros ojos y que se nos hace fácil con la guía de este nuevo libro.

Aventura, sí, porque la gracia es siempre nueva, personal, pensada por Dios cariñosamente para cada uno de sus hijos. Aventura hacia la que nos lanzamos con la certeza de tener mucho que encontrar, en clima de búsqueda interior, de reflexión y oración, a la escucha del Espíritu, que mantiene vivo el carisma, hecho don para cada concepcionista, con el frescor de la primera hora.

La Regla de la Orden, dada por la Iglesia Madre, como confirmación de la autenticidad de un camino de seguimiento de Cristo, y la vivencia de nuestras «hermanas mayores» -M. Ágreda, M. Patrocinio, M. Teresa de Jesús Romero, M. Ángeles Sorazu y tantas más…- sean siempre estímulo para el crecimiento y la búsqueda, en fidelidad creciente, en la alegría de sentirse dichoso por haber tenido parte en la heredad del carisma concepcionista.

Y decimos «sentirse dichoso», en general, porque no sólo «son dichosas las hermanas concepcionistas» que han profesado en la Orden de la Inmaculada Concepción, sino todos aquellos y aquellas, que desde su vocación y misión dentro de la Iglesia, se sienten llamados a respirar la vida sobrenatural desde los poros de este carisma mariano-inmaculista.

La Regla de la OIC y la M. Ángeles, en su deseo de que todos conozcan y amen lo que ella conoció y amó, son una invitación a vivir desde la gratuidad de María Inmaculada, en apertura total a la gracia que trae Cristo Redentor, haciendo de Él el amor absoluto de la vida; que se desarrolla en una existencia impregnada del brillo y la belleza de la pureza de corazón, recibida en la contemplación de Dios Inmaculado y Santo; que se expresa en la sencillez de una vida pobre y humilde; que, en el silencio, se hace hostia viva para gloria del Padre y desde su oblación irradia vida a toda la humanidad.

martes, 7 de junio de 2011

Vivencia trinitaria de M. Ángeles


“Vivirás una vida de amor” recoge la vivencia trinitaria de M. Ángeles Sorazu, mística concepcionista franciscana, de principios del S. XX. Esta obra acerca a nosotros, con sencillez y claridad, el conocimiento y la experiencia de Dios que M. Sorazu dejó plasmada en sus escritos. De este modo se hace accesible a los lectores unas vivencias que en sí mismas podrían parecer lejanas o demasiado elevadas.

Mientras en los tres primeros capítulos la autora presenta la relación de M. Sorazu con las tres Personas divinas, respectivamente, el capítulo siguiente se centra en su conocimiento de Dios Uno y Trino y su trato íntimo con Él. En éste se describen las gracias del desposorio –acontecido el 25 de septiembre de 1894- y el matrimonio espiritual –recibido el 11 de junio de 1911-. El capítulo quinto de la obra nos acerca a la contemplación de Dios desde sus atributos divinos y la participación de M. Ángeles en los mismos. Merece especial relevancia la mención del atributo de la fecundidad-virginidad de Dios contemplados por nuestra mística de manera singular. Para cerrar el estudio, el capítulo sexto pone ante los ojos del lector la respuesta de M. Ángeles a las confidencias que Dios le hace. Rendida por entero a la voluntad de Dios queda convertida en cierto modo en su confidente. Es la experiencia misma que tantos santos han tenido ante el amor de Dios, acogido por algunos hombres y rechazado por tantos otros, que san Francisco expresaba, por ejemplo, en su célebre frase: “el Amor no es amado”. Escuchar el quejido amoroso de Dios Padre y del Verbo Encarnado provoca en los místicos mayor entrega y amor, por un lado, y oración de intercesión y reparación, por otro.
M. Ángeles vive el misterio de Dios siempre en unión con María Inmaculada, por ello, cada tema tratado termina con un apartado mariano en el que se recoge la contemplación mariana de M. Sorazu en relación con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; aparece como Mediadora de todas las gracias  -especialmente la gracia del matrimonio espiritual- o bien participando de cada atributo divino de forma privilegiada.
Partiendo de la experiencia de M. Sorazu, la obra se cierra con un capítulo que trata de recoger algunas aplicaciones prácticas para nuestra vida cotidiana. De este modo queda de manifiesto la actualidad del mensaje de esta mujer que se entregó totalmente a Dios, vivió con pasión su seguimiento de Cristo y ahora nos abre amplios horizontes hacia la experiencia de lo divino.
La autora ha tomado como base de su estudio principalmente las obras mismas de M. Ángeles, publicadas en su mayoría, enriqueciendo sus afirmaciones con textos tomados de éstas. El Apéndice final abre al conocimiento de todos, algunos de los escritos de esta mística, conservados en el archivo de La Concepción (Valladolid) e inéditos hasta este momento.

Vasta recogida de datos en las obras impresas y directamente en manuscritos no impresos, lectura muy atenta, reflexión de síntesis, desde una perspectiva femenina de sensibilidad y claridad. Compartiendo vocación con M. Angeles, la Hna. Mª Nuria es, también Concepcionista Franciscana, residiendo ahora en la Casa Madre de Toledo. Eso le ha permitido sintonizar, desde una misma espiritualidad, en el amor apasionado a la Inmaculada Concepción de María, en la misma contemplación, en la misma plegaria, incluso en la misma Regla.
El mensaje de M. Sorazu no se queda en meras elevaciones místicas ajenas a la vida cotidiana. “Vivirás una vida de amor” pretende acercar esta vida a nuestra realidad personal al mismo tiempo que es una invitación a abrir la propia existencia a Dios. M. Ángeles se convierte en testigo gozoso de unas realidades trascendentes que nos invitan a elevar la mirada hasta la más alta dignidad humana: la divinización del ser humano es posible desde que el Verbo se encarnó, por amor a cada hombre y mujer de cada tiempo.


domingo, 5 de junio de 2011

Ángeles Sorazu ¿quién es?

Ángeles Sorazu Aizpurua nació el 22 de febrero de 1873 en Zumaya (Guipúzcoa), siendo bautizada al día siguiente, en la Parroquia de San Pedro, en su pueblo natal, recibiendo el nombre de Florencia.
Desde su más tierna infancia, la pequeña Florencia se ve adornada de gracias sobrenaturales que anuncian una predilección por parte de Dios. Florencia crece humana y espiritualmente, venciendo las dificultades y luchas propias de su edad; sin saberlo aún, camina hacia el descubrimiento de una vocación que la conducirá a formar parte de la Orden de la Inmaculada Concepción y que llevará a cabo en el Monasterio de La Concepción de Valladolid, donde ingresa el 26 de agosto de 1891.
Cuando vista el hábito concepcionista tomará el nombre de sor Mª de los Ángeles, por su devoción a los Santos Ángeles, a quienes se encomienda con fervor. Emitirá su profesión solemne el 6 de octubre de 1892 y desde entonces se entregará con todo su ser a Jesucristo y a María Inmaculada, tomando a ésta por Reina, Superiora, Maestra, Directora y Madre. Una actitud la acompañó siempre: A partir del día que hice la consagración conté con la Stma. Virgen para todo. Sentía la imperiosa necesidad de ser toda de Dios en María.
Mientras nada extraordinario acontece a la vista exterior, sor Ángeles va creciendo interiormente, bebiendo su alimento espiritual en el Catecismo –al que tendrá singular estima- y en algunas lecturas, entre las que destaca la Mística Ciudad de Dios –obra de M. Mª de Jesús de Ágreda, concepcionista y escritora mística del s. XVI-.
Un acontecimiento de especial importancia en su vida es el momento en el que descubre el libro de los Evangelios, primero, y la Sagrada Escritura, después.
En 1893 atraviesa una intensa purificación interior que ella vivirá apoyada en la Virgen María, su refugio y consuelo en este tiempo al mismo tiempo que su madre y maestra. La noche purificadora, vivida en heroica fidelidad y amor, la conducirá al desposorio espiritual que tendrá lugar el 25 de septiembre de 1894, fecha que celebrará todos los años durante toda su vida, como un momento singular de gracia y acercamiento a Dios.
El 21 de febrero de 1904 es elegida abadesa de la comunidad, cargo que desempeñará con notable acierto, influyendo grandemente en el crecimiento espiritual y material de la comunidad.
En julio de 1907 comienza una segunda purificación interior, más honda que la que viviera años atrás, que la dispone interiormente para el matrimonio espiritual, gracia que recibe el 10 de junio de 1911. Para esta fecha cuenta con el apoyo del que fuera el director espiritual que más influyó en el desarrollo de su vida interior, el P. Mariano de Vega, OFMCap. Gracias a él la Iglesia goza en la actualidad de la riqueza de los escritos espirituales de M. Sorazu.
Consumado el matrimonio espiritual, M. Ángeles vive aún diez años más, a lo largo de los cuales va dejando constancia de los aspectos de la vida de unión con Dios, su contemplación de la vida humana y divina de Jesucristo, los atributos divinos, la lectura y comentario de diversos pasajes bíblicos, especialmente el Ct que aplica a la Virgen María.
En la Navidad de 1920 hace unos ejercicios espirituales de cuarenta días con la intención de prepararse para la vida del cielo, según ella misma afirma. El 21 de marzo de 1921 confía a una de las religiosas más íntimas, que presiente cercana su muerte. Su salud se deteriora progresivamente. El 28 de agosto de 1921, expiraba tras haber compartido los padecimientos de Cristo, según ella tanto deseó y pidió en su oración.

Destellos de una luz divina

Más allá de unos datos biográficos, la figura de M. Ángeles trasciende la historia para transmitir un mensaje válido para los hombres y mujeres de todos los tiempos. A un siglo de distancia, su vida y sus escritos son testimonio y anuncio profético. Su experiencia, vivida en el asombro sereno que producen las cosas divinas y recogida sencillamente en unos pliegos de papel, pone en evidencia la existencia de Dios y desvela su rostro, al mismo tiempo que nos dice que no podemos permanecer indiferentes ante una realidad tan trascendente para el hombre como la presencia Dios mismo en la vida de cada hombre y mujer, y en el mundo entero, en medio de sus circunstancias y avatares.

M. Ángeles nos habla de un Dios que es Padre, que nos ama infinitamente, cuya bondad y misericordia superan todos los cálculos humanos.

El estilo con que M. Ángeles, enamorada de la verdad hasta el extremo, afrontó cada momento de su vida nos invita a eliminar de la nuestra todo engaño, vanidad o mentira para ponernos en la coherencia de quien deja iluminar su pensamiento por el Evangelio de Jesús para después actuar desde las convicciones de la fe.

M. Sorazu nos invita a apostar por Cristo, a arriesgarlo todo por Él, a elegir con decisión y coraje el camino de la santidad, concretándolo en la realidad de los quehaceres cotidianos, de las anécdotas de la convivencia diaria, en las múltiples ocasiones que nos proporciona la jornada para hacer visible el amor, desde las cosas más grandes –cargos y tareas personales o sociales- hasta los más mínimos detalles en los que podemos percibir, con ojos atentos y corazón fraterno, las necesidades de nuestros hermanos, en quienes Jesús nos espera para decirnos: «A mí me lo hiciste».

El ardor con que vivió enamorada de Jesucristo, hasta el «enjesusamiento» -como dirá ella misma- es una llamada elocuente a amar a Cristo apasionadamente, con una entrega incondicional que no conoce límites, cálculos o temores;  que, dejándolo todo atrás se lanza hacia lo que está por venir, que estima basura todas las vanidades pasajeras de este mundo y cuyo único anhelo es la comunión con Cristo y con sus padecimientos, muriendo su misma muerte para participar en su vida gloriosa.

Sus escritos, brotados como fruto de su contemplación, nos anuncian los preciosos rostros que podemos descubrir en Cristo: Salvador, Buen Pastor, Esposo y amante enamorado, se embelesa ante Cristo Rey, Mediador y Abogado nuestro ante el Padre, queda prendada de un Corazón que rebosa misericordia y bondad, que se hace Camino, Verdad y Vida para nosotros, que por amor al género humano se encarnó, abrazó la Pasión y la Muerte, resucitó para introducirnos en su gloria y que prolonga su presencia real en la Eucaristía.

Sólo bajo el impulso del Espíritu Santo es posible vivir así. M. Ángeles nos habla del Espíritu de Dios como amor que purifica y enciende interiormente, que «volcaniza» -nos llega a decir en sus escritos-, que nos capacita para conocer y amar al Hijo y que, junto con el Hijo, nos eleva hasta el Padre y nos introduce en su intimidad.

Y todo vivido con María Inmaculada, la Esposa por excelencia, la Madre que, introduciéndonos en su seno nos acerca a Cristo, que nos enseña a acogerle y seguirle con fidelidad y amor, que, a través del Rosario nos introduce en la contemplación de los misterios de su Hijo. La Madre que nos enseña a vivir como hijos en el Hijo amado y a ofrecerle nuestro corazón como morada perpetua, haciendo de él un templo vivo purificado y encendido por el fuego del Espíritu.


«Brillan los astros y se alegran. Él los llama y responden: “Aquí estamos” y brillan alegres para su Creador» (Bar 3, 34s). M. Ángeles es una de aquellas estrellas que Dios puso en el firmamento de la Iglesia que, llamada por Dios, hizo de su existencia un permanente “Aquí estoy” y hoy brilla alegre para su Creador. Si lo miramos atentamente nos contagiará algo de su resplandor y también nosotros escucharemos la voz del Padre que nos llama por nuestro propio nombre a brillar gozosos para nuestro Creador.